La importancia de estudiar y dominar la lengua materna

Mtra. Pilar Leal, Yeshivat Emuná

Quienes nos dedicamos a la enseñanza y concretamente los que impartimos la materia de Español (o cualquiera de sus variantes), hemos escuchado infinidad de veces en un tono de queja o protesta: “¿Por qué tengo que estudiar español si ya lo hablo, si me entienden?”, “Estudiar inglés, eso sí es importante, sí es útil, pero ¡español!”, “Con aprender a leer y escribir, basta”.

Es cierto que la lengua materna es nuestro primer contacto con el lenguaje y que la aprendemos de una manera un tanto intuitiva, por imitación. Sin embargo, ¿ser hablante nativo de una lengua implica dominarla y saber usarla bien? Esto no es necesariamente cierto, porque una lengua es mucho más que un conjunto de sonidos y letras que se unen para crear mensajes. A veces, olvidamos que dominar nuestra lengua es una herramienta fundamental para desarrollar nuestro pensamiento, fortalecer nuestra identidad cultural y social, así como para tener un mejor acceso al conocimiento.

Estudiar y dominar nuestra lengua materna, sea la que sea, implica profundizar en ella, conocer y dominar todas su posibilidades, hundirse en sus raíces. Porque las lenguas son uno de los patrimonios culturales más importantes de los pueblos que las hablan, porque son un reflejo de nuestra cultura y nuestras tradiciones; son nuestra seña de identidad, expresan nuestra forma de entender el mundo y de relacionarnos con él. Las lenguas nos dicen quiénes somos, pero también nos cuentan quiénes fuimos y de dónde venimos. Por las venas de este español o castellano que hablamos, corre sangre latina, sin duda, pues de ahí proviene; pero también hay presencia de los bárbaros y de los árabes que invadieron la Península. Quién diría que las tan mexicanas “Guadalajara” o “alberca” tienen un origen árabe o que “guerra” y “embajada” son de origen germánico. Los pueblos originarios de América adoptaron el castellano, pero contribuyeron a su vez a enriquecer este idioma con nuevas aportaciones, como chocolate, maíz, tomate, patata o canoa, entre muchas otras. También han ido dejando su marca las distintas oleadas de migraciones, las modas o las distintas culturas que, por un motivo u otro, se convirtieron en referencia en distintos momentos de la historia, como hoy pasa con el inglés. ¡Cuánta historia podríamos aprender con solo estudiar más nuestra lengua!

Las lenguas maternas llevan consigo nuestra forma particular de ver y entender el mundo, con matices que pueden perderse si no se usan correctamente o se desconocen. Quién, si no es mexicano, comprende la profundidad casi filosófica que encierran el “ahorita” o el “ni modo”; qué maravilla guarda nuestro idioma que, modificando tan solo el género de una palabra, el orden o el tiempo verbal, puede introducir matices que, en ocasiones, pueden llegar a ser muy importantes. ¿Es lo mismo decir “el mar” que “la mar”, emplear una palabra o alguno de sus sinónimos? ¿Qué dice de mí que emplee una u otra forma? ¿Estoy diciendo lo mismo cuando afirmo “Me compré una casa nueva” que cuando afirmo “Me compré una nueva casa”? Hoy que nos enfrentamos al empobrecimiento de la variedad de tiempos verbales que usamos, pensemos en la riqueza de matices que podemos expresar según digamos: “Ojalá llueva!”, “¡Ojalá lloviera” o “Ojalá hubiera llovido!”. Podría parecer lo mismo, ¿pero realmente lo es? ¿Y alguno de ustedes se ha preguntado por qué en español le tenemos tanto miedo a usar el tiempo futuro? ¿Se han fijado que solemos decir “voy a ir” en lugar de “iré”? ¿Que cuando usamos el futuro, casi siempre lo hacemos como un mandato u obligación? Ahí se lo dejo de tarea…

En un plano más personal, hablar correctamente la lengua materna nos ayuda a fortalecer nuestra identidad como individuos, pues no solo es una herramienta para comunicar nuestros pensamientos; también moldea nuestra forma de pensar, nos permite expresar nuestras emociones más profundas, así como establecer nuestras primeras relaciones afectivas. Las palabras que usamos tienen un impacto directo en cómo nos entendemos a nosotros mismos y cómo interpretamos nuestras experiencias. Cuando mejor dominemos nuestra lengua, mayor confianza tendremos para expresar nuestras emociones, pensamientos y necesidades, lo que refuerza nuestra autoestima y sentido de pertenencia, al tiempo que nos facilita la construcción de relaciones interpersonales más saludables y profundas. ¿Puedo decir que me conozco o que realmente entiendo lo que siento si no cuento con las palabras necesarias para expresarlo? Porque la realidad necesita de las palabras para adquirir verdadera existencia, porque no lo que no se nombra pareciera que no existe.

Por otra parte, un amplio dominio de nuestra lengua puede ser clave en nuestro desarrollo personal y profesional. La capacidad de expresarnos de manera clara y coherente, así como el hecho de que podamos manejar los diferentes recursos que nos proporciona nuestro idioma, no solo puede abrirnos las puertas en el ámbito académico y laboral, sino que puede ayudarnos a tener éxito en ellos. Cuando dominamos nuestra lengua, podemos transmitir mejor ideas complejas, tener los recursos necesarios para argumentar y convencer, al tiempo que estaremos más preparados para defendernos de los intentos de la manipulación de los demás.

En el ámbito educativo, la lengua materna es clave para el éxito académico, ya que facilita el aprendizaje. Cuántos alumnos no fracasan en otras materias por el simple hecho de no entender el planteamiento de los problemas o las instrucciones o por las dificultades para entender los textos de apoyo. Y es que la comprensión lectora, la escritura y la capacidad para procesar información dependen, en gran medida, de cómo manejamos nuestra lengua de origen. Existen muchos estudios que relacionan un mayor dominio y conocimiento de la lengua materna con un mejor desempeño académico en áreas como las matemáticas o las ciencias. Además, conocer los mecanismos que estructuran nuestra propia lengua favorece el aprendizaje de otras. Quienes tienen un buen manejo de su lengua nativa aprenden con mayor facilidad nuevas lenguas, ya que entienden mejor las estructuras gramaticales y los conceptos lingüísticos, pues muchas de las habilidades lingüísticas son transferibles de unos idiomas a otros.

Así que el estudio y dominio de la lengua materna constituye una verdadera cadena de valor. Y recordemos que hablar una lengua no significa dominarla. Finalmente, dominar nuestras palabras, conocerlas, controlarlas, utilizarlas, jugar con ellas, nos da poder, nos hace más fuertes, más dueños de nosotros mismos, al tiempo que nos conecta más con nuestra comunidad.

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